LOMCE: LEY ORGANICA PARA LA MEJORA DE LA CALIDAD EDUCATIVA
LEY WERT
La
educación es la primera piedra de un Estado. Teóricamente, la
educación es punto clave para el correcto desarrollo de una sociedad
civilizada. El derecho a recibirla está recogido y reconocido por todas las
instituciones internacionales como derecho fundamental desde la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948, teniendo su precedente europeo en
Francia con la Constitución Jacobina de 1793 y en la Constitución de Cádiz de
1812.
Al margen de la sucesiva aparición de legislaciones
educativas con cada cambio de gobierno, el modelo ha variado poco. Esta falta
de interés político para alcanzar un pacto nacional por la educación ha tenido
consecuencias fatales, concatenando en los colegios sistemas ineficaces que, al
margen de sesgos ideológicos, no han conseguido aumentar el nivel de
conocimiento general del estudiante, evitar el abandono escolar, o mejorar su
nivel de idiomas. Según los últimos informes PISA, España está por debajo del
nivel educativo medio de la OCDE.
La archiconocida Ley Wert, última etapa del Turnismo Educativo, ha sido epicentro de
la polémica desde la publicación de su anteproyecto. Aunque los puntos más
conflictivos en lo que a cuota mediática se refiere hayan sido los referentes a
las becas, hay algunos otros dignos de estudio. Un ejemplo, no el único, lo
encontramos en la dualidad Educación Pública- Educación Privada. Más allá de
ideologías, el sistema debía basarse en el principio constitucional de
Igualdad, en todos los sentidos, pues así se asevera en el primer párrafo del
apartado 3 del artículo 84 de la LOMCE .
La nueva legislación dice, literalmente, "se
entiende por Sistema Educativo Español el conjunto de agentes, públicos y
privados, que desarrollan funciones de regulación, de financiación o de
prestación del servicio de la educación". Por tanto y según esto, se
consagra la figura de las empresas, corporaciones empresariales y grupos
religiosos que financian, prestan o regulan la Educación como parte del Sistema
Educativo, en pie de igualdad con el sector público educativo, abriendo las
puertas a una mayor profundización en el sistema de conciertos, y en los
procesos de privatización de la escuela.
Este tema ha sido motivo
de debate en los últimos tiempos. Y a todos los niveles. En Andalucía, por
ejemplo, el Tribunal Supremo anuló 3 conciertos con centros de la provincia de
Sevilla ante las reclamaciones de la Junta de Andalucía. Tras la sentencia, y
la negativa de los doce centros de esta naturaleza de la Comunidad a convertirse en mixtos, la Junta anuló
las subvenciones.
También el Principado de Asturias canceló, con dos
sentencias del TSJA, la renovación de los convenios con colegios diferenciadores.
Los motivos que argumentan los defensores de la
educación privada y diferenciada se concentran en: el derecho a decidir de las
familias sobre el tipo de educación que quieren para sus hijos, y las mejoras
en los resultados académicos de los estudiantes alejados del sexo contrario.
En su contra, los opositores defienden que la nueva
legislación beneficia a la Iglesia- la mayoría de estos centros están
relacionados directa o indirectamente con el Opus Dei-, y que perjudica el
desarrollo de una sociedad igualitaria para hombres y mujeres.
Lourdes Guerrero, uno de los mejores expedientes en
Magisterio de la Universidad de Sevilla, ha estudiado tanto en colegios
religiosos mixtos como en segregados, por lo que habla del tema con el
conocimiento propio de alumna y docente: “La educación segregada no es nada
ventajosa. Los defensores argumentan que la educación segregada o diferenciada
favorece la mejora del aprendizaje, y que produce una mayor homogeneidad en la
clase y un ambiente más relajado. En secundaria, sus efectos serían incluso
mejores, ya que la coeducación produciría una bajada en la concentración.
Desde mi punto de vista, no es para nada así. La
educación segregada es algo discriminatorio y no se abre a la diversidad. Creo
que hay que ofrecer una educación libre que permita poder implantar sin
dificultad y sobretodo sin prejuicios. Es totalmente incierto que los niños
sean más listos que las niñas, ya que cada uno evoluciona de manera diferente.
La educación mixta permite que el niño- niña se desenvuelva en un ambiente más
natural de interacción entre géneros. El desarrollo a nivel socioafectivo que
deben tener los niños y niñas se da en función de las relaciones y experiencias
que se tienen con las personas y la expresión del afecto, al igual que con sus
iguales. Creo que no hay que hablar de sexo masculino o sexo femenino, sino que
en el conjunto son NIÑOS y cada uno tiene un nivel madurativo diferente”.
Más allá de opiniones de expertos, lejos de
ideologías y conflictos por intereses políticos- económicos, y tal y como
muestran las estadísticas de gasto a nivel estatal, el paso de un modelo
educacional público a otro apoyado en el sector privado es una realidad en este
país.
En 1992, nuestro país
destinaba 1.615 millones de euros a centros privados, que suponían un 9% del
gasto total en educación. Según el último estudio del INE, que analizaba el
gasto en educación en 2011, España dedicaba el 19,5% del gasto público en
materia educativa en los conciertos y subvenciones a centros de titularidad
privada, por un importe de 5.779 millones de euros, lo que supone un aumento
del 250% en menos de dos décadas.
Durante años, el discurso conservador ha asegurado
que la gestión privada es más eficiente, entre otras cosas, porque no tienen
que lidiar con trabajadores funcionarios. Sin embargo, quienes defienden que
eso no es cierto, esgrimen un argumento muy sencillo: la gestión privada nunca
destinará todo el dinero al servicio del que se trate -véase la sanidad, véase
la educación- porque siempre tiene que apartar un poco para buscar el
beneficio. Es decir, el dinero que una determinada empresa privada recibe del
Estado para realizar labores educativas debe servir como sustento de dichas
labores, y, además, como beneficio empresarial para la entidad.
Por tanto, la lógica dice que la empresa recortará
costes derivados de su actividad principal, educar, para incrementar los
márgenes de ganancia.
La evidencia final del desajuste en la balanza
público-privado reside en el gasto anual de los padres en unos y otros centros
y su relación con las ayudas que dichos centros reciben del Estado. Según un
estudio de la Organización de Consumidores y Usuarios, un estudiante en un
centro público cuesta a sus padres al año una media de 1.268 euros, en un
centro concertado 2.386 euros, y en uno privado el curso le costará una media
de 5.232 euros. En el coste de los libros, por ejemplo, se aprecian
desigualdades, viéndose casi duplicados los precios de la escuela pública en la
modalidad privada. Pero realmente, la diferencia más cuantiosa,
y más significativa, reside en las cuotas mensuales. En un centro público no se
paga mensualidad, en uno concertado unos 95 euros de media, y en el privado el
gasto mensual será en torno a los 385 euros.
Lo curioso es que, conforme al sistema establecido,
las Administraciones pagan directamente a los profesores de la educación
privada su sueldo, aunque no sean funcionarios (lo que se llama pago delegado),
y los centros debían comprometerse a ofrecer gratuitamente las enseñanzas
subvencionadas. Es decir, nada de mensualidades.
Nada más lejos de la realidad. En lugar de eso,
emplean el margen de las cuotas
voluntarias (que casi nunca lo son) y las actividades complementarias y
extraescolares, como han demostrado varias sentencias judiciales, para lucrarse
y obtener así los verdaderos beneficios como empresa educativa.
La Ley Wert, en contra de los tribunales, favorece
una mercantilización progresiva de la educación, que, aparte de nacer muerta
(todos los grupos parlamentarios han acordado su abolición si hay cambio de
gobierno), no favorece, con resultados probados, ni al nivel de preparación de
los jóvenes, ni a la igualdad de género, ni la eficiencia en términos económicos
del sistema educativo.
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