El fin de viajar
No ha llovido mucho desde que cada día en cada uno de los
hogares españoles proliferaban folletos en los buzones o anuncios en las
televisiones para crear conciencia en nuestra mente de la necesidad que pasaban
millones de niños africanos a la espera de poder ser adoptados.
Apenas un lustro ha transcurrido. Por aquel entonces el
canon habitual del hombre español de a pie nos exigía caprichos como viajar con
el único fin de disfrutar y de conocer el mundo. Desgraciadamente ha llegado el
momento de parar, mirar atrás y decirnos unos a otros aquello de “¡cómo hemos
cambiado!”.
Tanto ha cambiado el panorama en tan poco tiempo que los
viajeros compatriotas de estos momentos sentirán vergüenza al nombrar su
procedencia mientras contemplan que los folletos y los anuncios que convivían
con nosotros han cambiado de receptores, y lo que es peor, que el producto que
tratan mete a los niños españoles en el mismo saco que a los pertenecientes a países subdesarrollados.
Es una cara más de la situación esperpéntica que atraviesa
el país, sin duda una de las más dolorosas de comprender y de aceptar.
Una vez más, buscar responsables se convierte en poco menos
que en una quimera. No voy a ser yo el que señale con el dedo, de nada serviría
porque como ciudadano español que soy, no tengo voz, me multarían por ello, y
al igual que todos, desperdicio mi única arma, mi voto, con la falsa ilusión en
mi mente de que algún día cambiarán las cosas.
El pueblo necesita un cambio, quizás debería clasificarlo
como de revolcón, de cambio radical. Las luces de este circo atraviesan Europa
y se aprecian hasta en el norte. El pueblo necesita y merece que alguien de la
cara por las nuevas generaciones que son las que, como hemos podido comprobar,
están empezando a pagar las consecuencias de los últimos gobiernos
incompetentes.
Ezequiel Segovia Díaz
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